Cultura Errante No 10

diciembre 08, 2014


Ya está disponible Cultura Errante No. 10

Editorial


Todavía, enredado en el pelo nos pica su recuerdo. Eran 43, Señor. El número que de apoco, luego de a mucho se fue enraizando en la cabeza de la gente, para deshilvanarse al instante en esa rabia infecta que indignó a la Tierra completa.

    Cuando la desesperación se convirtió en fuego y nos comenzó a envenenar la sangre, no quedó mayor remedio que salir a las calles para exigir la verdad frente a la insostenible y dolorosa mentira de “eso”, que se nos ofreció como una burla. Entonces alguien dejó correr unas palabras: que la muerte, que el fuego los había consumido, y el remedio ligero se vino a reventar como una bilis.

    Nos enteramos a retazos de lo que hicieron con nuestros hijos: los habían “maltratado” al grado de violentar la tierra para verter en ella sus cuerpos, esos cuerpos que ya no tardan levantarse en un ejército de fantasmas, y entonces sí, muertos y vivos habremos de vernos las caras; entonces sí, nada ni nadie habrá de amparar a esos menos que chacales maldecidos.

    Ustedes verán: sucedió que esos perros fueron y los cazaron como a animales. Los desgastaron pasándoselos de mano en mano hasta que se los acabaron. Los desbarataron, arrancándoles incluso el perfume de su propia esencia, mi Señor. Los muchachos eran flores de esas que se dan en la loma; nada más que andaban queriendo hacer realidad el cuento ese de un mejor futuro… un sueño, ilusiones de colores brillantes nada más, digo yo.

    Desde aquel día que ya no los sentimos entre nosotros, algo nos desgarraba ya por dentro. Como que sus almas se nos metían y nos jalaban de los huesos para removernos los esqueletos; para obligarnos a buscarlos. Nos llamaban entre la voz del viento que se arremolinaba aquí por los caminos, ahuyentando de paso a los animalitos del campo que espantados andan todavía con esa pena.

    Pues aquí seguimos. Todavía, socavando los intestinos del campo. Y aquí estaremos hasta que los encontremos. Ya ve, como solos no pudimos, nos trajimos a los más viejos, a los que entienden y reconocen las alteraciones en la respiración de la tierra. Ellos a su vez se trajeron a sus muertitos, para ayudar, por ahí andan también las madres con sus rosarios y rezan, y rezan.

    Así pues las cosas… qué habremos de hacer sino seguir buscándolos. ¿Verdad, Señor?


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