Extraño fruto

enero 03, 2015


Lily Márquez


Aún se encuentra un profundo hoyo, cercado por una valla delgada y vieja en la plaza central de Coatepec. Se alcanza a percibir, entre las cafeterías, un aire colonial en las casonas que rodean el parque. Frente al ayuntamiento, en la esquina de la plaza cuelga un letrero que dice: “Para que no se te olvide, pueblo, para que no se te olvide”. Tras él, de la oscuridad del hoyo salen algunas grandes moscas con la panza irisada. La gente del pueblo que pasea por ahí, no se acerca demasiado y se cubre la nariz. Algunos, incluso, la evitan corrigiendo su rumbo hacia la izquierda del parque. Ello implica caminar más para cruzar la plaza, pero así evitan el recuerdo que produce aquel hoyo. Para los turistas, en cambio, ese sitio es una de las tantas incógnitas del famoso pueblo mágico, y se les ve sacándose fotos como si fuera un sitio arqueológico. Ese hueco era el recordatorio coatepequense de que la justicia existe. Se hizo hace algunas décadas contra el Honorable Ciudadano Carlos López Díaz, mejor conocido como Carlitos. ─¿Y quién era ese Carlitos?- le pregunté a la mesera de la nevería del kiosco principal. Un hombre propio, callado y observador; era calvo, aunque siempre me gustó su fino y delgado bigotito. Qué más… pues así, ya sabe, un hombre de bien, recto, con fe… en su patria. Claro…conservador como todos, ya sabe, otro típico asesino.Tras la encrucijada escondida en los albores de este mágico pueblo cafetal, la curiosidad me llevó a indagar sobre esta historia. En el archivo oficial del pueblo sólo tienen una caja impregnada con moho, con cuatro carpetas grandes que sostienen diversos oficios. Entre ellos, el nombramiento oficial del H.C. Carlitos como presidente municipal en 1978, firmado y sellado por el gobernador de Veracruz y sus compinches. También en esa caja, estaban los traspasos –aparentemente legales─de varios terrenos cafetaleros a distintas personas. Al final de la carpeta verde olor añejo y llena de humedad, se apreciaba una copia del oficio Núm. 85 - 67143 bis del 28 de diciembre, donde se retira del cargo a Carlitos debido a sus “disfuncionalidades de carácter físico y mental”. A partir de esa fecha, nadie ha querido hablar del tema. Se sabe por fuentes fidedignas que se dirigió a la capital corriendo con mucha mejor suerte que aquí.

Todas las personas a las que les preguntaba sobre la historia de aquel hueco me mandaban con La Chamana. El problema era dar con ella. Recorrí las calles cafetaleras del pueblo hasta su choza, la cual aún estaba hecha de carrizo. Fui varias veces, pero nunca estaba. Sin ella, mi relato no funcionaría. El día que estaba a punto de rendirme me senté frente al hoyo a comer una nieve tradicional del kiosco del parque. Algo de azúcar calmaría mi impaciencia.

─ La culpa es del pinche Carlitos ─escuché una voz aguardentosa tras de mí. Era la chamana. Anciana de tez morena─, pero mira: yo le dije al güey… Se lo advertí…Pero jijo de puta ni´miso caso.

Entre palabra y palabra la mujer escupía por la falta de varios dientes delanteros. Al contrario de las brujas turísticas con atuendos blancos y holgados, ella vestía con ropa casual y occidental. En realidad me pareció extraño verla con pantalones de mezclilla y una playera blanca con la estampa de un oso sentado sobre la bandera de nuestro país vecino con sombrero de cowboy que decía Welcome to Montana.

─ Tú eres la que me anda buscando ¿verda’?... ¿Qué quieres saber y pa’ qué?

─ Sí, estoy interesada en escribir la historia de Carlitos. Soy escritora.

La chamana se empezó a reír a carajadas. Su estruendosa risa me causó tanta incomodidad que empecé a reírme también.

─ ¡Escribir su historia!… Qué pendejada quieres hacer… Nadie lo va creer… Y si lo hacen, ten cuidado con sacarla a luz. La verdad incomoda. No vaya a ser que incomodes a las altas injluencias mana… Te rebanan la cabeza ¿eh? ¿A poco quieres eso?

─ No… Bueno, no sé. ¿Porqué no me cuenta y ahí decido si lo escribo o no?

Luego de un suspiro para recuperar su aire por tanta risa, la chamana se sentó junto a mí y me empezó a contar la historia.

─ Bué… Que conste que insististe… Yo juré proteger a este pueblo… ¡Que te conste que tú insististe!, ¿eh? Pues pasó hace varios años. Yo crecí con su abuela… De Carlitos, pues. ¡La pobre! Siempre tratando de darle todo a sus pobrecitos nietos abandonados. Doña Flora era linda. Murió cuando pasó lo de Carlitos. No pudo cargar con la vergüenza. Esa sí fue una pérdida lamentable. Mira, es que aquí la vida no es como allá. Es mucho más … vívida. Los chismes son exagerados, cualquier cosita ya está en boca de todos. ¡Todos sabemos todo de todos! Carlitos no fue la excepción. Desde que llegó al pueblo… Porque has de saber que luego del desafortunado accidente que mató a su madre, al Porfirio (su padre) se le hizo muy fácil botar a sus hijos con doña Flor. Jijo de la chingada. No, si te digo… Cuatro chamacos al cuidado de la pobre vieja. Cada semana la iba a ver pa ´echarle una manita. ─ la anciana se carcajeó─ ¡¿Quién miba a decir que se iban a quedar hasta con mis ovarios?! ¡Jijos del moño!

─ Ya de chiquitos los muchachos tenían pinta de cabrones. Y entre más callados, más cabrones. El peor era el Carlitos. Ése te apuñalaba con la mirada, pero te embriagaba con la boca. Los otros tres terminaron como pillos comunes. Pero el Carlitos… Ese cabrón me engañó. Y m’ija… No cualquiera me engaña, has de saber… Y si a mí me pasó… no quiero ni decirte qué le hizo al pueblo ─ la mujer guardó silencio y quedó pensativa; luego susurrando continuó -: la culpa es mía… Carlos me engañó. En realidad, lo hice por Doña Flor. ¡Que Dios la guarde en su santa gloria y que me perdone! Todas las noches le pido que me perdone. ¡Ay, Flor, no quise hacerte daño! ¡Perdóname!─ Quebró en llanto.

Luego de unos minutos, la mujer quedó pensativa sobre la imagen de aquel horrendo hueco. Entonces me vio con la expresión de aquel que ha encontrado la cura del cáncer en la tripa del sapo. Me causó tanto miedo que me moví a un ladito

─ ¡Prométeme que lo vas a escribir!

No sabía qué contestar. Sentía temor, y por un momento dudé en continuar alimentando mi curiosidad.

─ ¡Prométemelo!

─ Sí, lo prometo.

─Doña Flor quería mucho a Carlitos. De los cuatro era el consentido. Todo para su nieto consentido. Todo: juguetes, nieve, ropa, zapatos, en fin. No se daba cuenta de que él era malo, ¿sabes? Lastimaba a los otros niños, con saña, con odio. Les pegaba y amenazaba con matarlos por las noches, junto con sus padres. Doña Flor se hacía de la vista gorda y me decía: “¡Ay, estos niños de ahora!” Después, cuando creció, se fue a vivir a la capital del estado. Ahí estuvo sin que nadie supiera nada de él. Regresó hecho todo un macho: elegante, con porte, muy recto en su habla… ¡No como yo! Doña Flor lo miraba con orgullo. ¡Su gran nieto! Venían las elecciones y, según dicen, él convenció a los del partido que lo postularan como candidato a presidente municipal. Tenía la facha de alguien justo, ¿ves? Y pues, sin más que lo postulan al cabrón. Yo de ingenua, porque también me engañó el jijo de la chingada. Pensando que sus propósitos eran sinceros, que se me ocurre darle uno de los regalos más extraños de la región. Pinche suerte la mía de tener una de esas semillas. Me la trajo mi comadre de Catemaco. La había encontrado en un islote, donde ahora habitan los monos. Antes no había. ¡De no ser por mi jodida estupidez! La comadre me dijo que esa semilla generaba frutos de abundancia para aquel que tuviera buenas ideas. Pero daba lo contrario para … Pus, para los malos deseos. ¡Pus quién lo iba a pensar! Total, me dije, ¿qué puede ser tan piors? Así que se la regalé a Carlitos cuando ganó la elección: “Anda mijo, vamos a plantarla para que te dé buena fortuna”. Y la sembramos aquí enfrente. Carlitos tenía estrella para estar en su trono. ¡Vaya que le quedó el papel como anillo al dedo! Se la pasó apropiándose de terrenos y los convirtió en cafetales. En poco tiempo, se volvió el hombre más rico del pueblo. Y mientras, ahí, enfrente, empezó a nacer una planta color caqui. Quienes pasaban por aquí decían que la escuchaban echarse pedos. La gente no creía. Pero cuando la vi, me di cuenta de que la planta era el reflejo pleno del alma de Carlitos. ¡Uta! ¿Cómo se la iba quebrar a su abuela? ¿Cómo le iba a decir que su nieto estaba lleno de mierda? Tuve que ir con él para que ya le parara. La semilla estaba creciendo… Entre más robaba Carlos, más mierda echaba la planta. “Carlitos”, le dije, “mira, sé que estás haciendo y debes pararlo al instante. Renuncia. Lárgate de aquí antes de que esto se vuelva catastrófico”. Claro que se burló de mí…obviamente. Fue con sus achichincles y ordenó que me lanzaran huevos: “Ándale, vieja bruja… pa´que ya no te hagan falta en tus limpias”, me dijeron. Nomás sentí cómo se me doblaban las tripas del coraje, manita. Me encabroné tanto, que mandé a la chingada a todos y me jui del pueblo. No hubo día que no pensara en la pobre Flor. ¡Ay, mi muchachita! No tenía idea que estaba albergando al mismo diablo en su casa, ¡y yo no sabía cómo decirle!

─ Pasó el tiempo y la planta se hizo árbol. Un árbol feo, caqui y apestoso. De sus ramas, salió un fruto extraño en forma de excremento. La gente ya no podía ni pasar por ahí por el tremendo asco que le provocaba el hedor. Pero el destino lo puede todo y a todo le pone fin.

─ En una junta con el gobernador del estado, el Carlitos se empezó a sentir mal. Comenzó a sudar y sus tripas rugían llamando la atención de todos los presentes. Tuvo que salir corriendo al baño. Le dio una santa diarrea que no podían pararla. ¡Ja! Lo llevaron al hospital, le pusieron suero, antibióticos y ni con eso se alivió. Yo, muerta de risa, hasta que Flor me buscó. Me rogó que parara ese mal. Era su propia semilla. El muchacho estaba lleno de mierda. Lo único que se podía hacer era matar al árbol. Así que Flor… mi querida Flor fue a talarlo, ella solita. La gente se dio cuenta. La trataron de ayudar, pero muchos tuvieron que irse por las náuseas y el vómito. Flor lo hizo sola. Derrumbó el árbol con sus propias manos. Al día siguiente, Carlos se recuperó. Pero mi amiga Flor… ella cargó con su suerte. Contrajo rotavirus y a la semana murió. ¿Tú crees que Carlos la lloró? ¡Le valió madres! Esa mujer dio la vida por él. ¿Para qué? Para que ese jijo de puta se fuera a la capital por el gran tajo.

─ Esa semilla era un don. Y lo mataron. Yo lo maté. Por pendeja. ¡N'ombre! Me fue como en feria. Los brujos se enteraron y andaban queriendo ir por más semillas. Luego luego se puso las pilas la comadre, ¡y que pone a los monos a resguardar el islote pa´ que no anden sacando semillas que matan! ─ la anciana suspiró profundamente y dijo con pesar ─: maté a Flor. ¿Cómo fui capaz de creerle a esa sabandija? Menos mal que ya se jue. No nos va a hacer más daño. Ya está lejos.

La chamana se levantó y se fue, dejándome con una expresión incrédula. Permanecí frente al hoyo respirando el aire limpio y fresco que despide el mágico pueblo. Veía a la gente andar con sus familias, comiendo elotes o nieves. Paseando como si no hubiese ayer. Sólo bastó una vida que se sacrificó para poner un alto a tanto saqueo. Hoy, en cada esquina, el olor a café se levanta como manto invisible por las calles, contrarrestando el aroma que hace una década envolvía la plaza. Mientras, el hueco quieto emana en su silencio la pregunta: ¿Quién será el siguiente?

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