El rey caracol - Emiliano Hidalgo (cuento breve)

mayo 03, 2016


En el horizonte aún puedo ver aquella vieja estatua jorobada y tornada azul por la erosión del tiempo. Ese día, ayer, sufrí una fuerte caída que hizo pedazos mi bicicleta y por desventaja también mi pierna. No puedo moverme ni un instante y mi único distractor es mirar desde la ventana de mi habitación el cielo y el tiempo.

Mi pierna se ha arreglado y mis energías están más que cargadas. Recojo unas monedas de la mesa de noche y despido a mi padre que se va a su trabajo, al negocio. Salir al aire libre y sentir la ventisca del campo en mi cuerpo me hace vivir de nuevo. Veo a mi papá alejándose mientras saluda al trabajador de la planta eléctrica que instala un poste de luz sobre la acera, mide un cable y con una serie de movimientos lo conecta con el generador del poste. Surge la luz.

Paso de él y camino una cuadra más por la vía que los coches han creado en la tierra. Un niño juega con su trompo en la carretera sin darse cuenta de que un conductor lo va a atropellar. Por más que grito hace caso omiso de mis advertencias y cuando menos lo espero, el niño ha desaparecido del sitio y se encuentra jugando detrás de mí sin tener conciencia alguna de lo que acaba de suceder. 

Alucinación mía, pienso. Giro mi cabeza hacia el horizonte y puedo ver una cebra… ¿una cebra?, lleva una especie de… ¿armadura?, no lo creo. Corro lo más rápido que mi pierna me permite, pero al llegar no hay rastro de la cebra, sólo unas hojas que marcan un camino en zigzag hacia el bosque; acuérdate que mamá siempre dice que el bosque es peligroso, me repito en la cabeza ante la tentación de seguir el camino, una vez no hará daño.

El bosque es frío y gris, ahí la vi, la cebra hablando con una voz exageradamente gruesa, ¿puede hablar?, de un salto la sorprendo y se da la vuelta para embestirme y hacerme caer de golpe.

–Arrodíllate, me dice con diferente voz,
–¡tú... tú hablas!
–La cebra no, tonto, ¡soy yo!. Escucho a la cebra pero no la veo mover el hocico…
–¡Aquí abajo! Un pequeño caracol con una diminuta corona en su caparazón surge por detrás de la pata de la cebra…
–Bienvenido a mis dominios, a mi reino, a mi territorio, ¿Qué trae a un cándido niño como tú por aquí?

Mis pensamientos se revuelven y caigo desmayado..
Despierto en mi cama sudando, me río del bizarro sueño que tuve, planto mi cara en la almohada y escucho que cruje, introduzco mi mano debajo de ésta y saco una hoja seca que tiene una nota escrita:

Su majestad, ser supremo y deidad, el Rey Caracol solicita verlo a media noche en el bosque para hacerle un juicio por su mala educación y su falta de respeto”.

Sé que estoy en problemas y no son para nada de este mundo.

Emiliano Hidalgo

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