­
Medicina de la tierra, salud para todas y todos - Cultura Errante

Medicina de la tierra, salud para todas y todos

abril 18, 2025

Coatepec, Ver. 18 de abril de 2025 

En un mundo donde enfermarse se ha vuelto un lujo que pocos pueden costear, hablar de salud es hablar también de poder, de exclusión y de modelo económico. Mientras las grandes farmacéuticas y cadenas hospitalarias operan bajo lógicas de rentabilidad, millones de personas enfrentan sus dolencias con miedo: miedo al diagnóstico, pero sobre todo al precio. En este panorama, se impone la necesidad de recuperar otro horizonte: una salud que no dependa del dinero, sino del vínculo, del conocimiento ancestral, del autocuidado y de la vida comunitaria.

El sistema que nos enferma es el mismo que luego nos quiere vender la cura. Un sistema que promueve la comida rápida, los alimentos ultra procesados, la exposición constante a agrotóxicos y la desconexión con los ciclos naturales del cuerpo y del entorno. Se nos enseñó a vivir de prisa, a dormir poco, a ignorar el dolor, a silenciar el cuerpo con píldoras, a producir incluso cuando el cuerpo grita. La salud, convertida en mercancía, se alejó del bienestar integral y se convirtió en un privilegio.

Pero esa no ha sido la única manera de entender y cuidar la vida. Desde tiempos inmemoriales, los pueblos han cultivado saberes profundos sobre las plantas, los alimentos, los rituales y los ciclos que regulan la existencia. La medicina tradicional —esa que nace del territorio, de la escucha, de la observación y del vínculo con la naturaleza— ha sostenido generaciones enteras mucho antes de que existieran clínicas privadas o seguros médicos. No es nostalgia ni romanticismo: es una apuesta política por recuperar formas de sanación que no dependan del consumo, sino del cuidado mutuo.

La salud comunitaria, nos ofrece la posibilidad de romper con la centralidad del hospital y de los especialistas para poner en el centro a la comunidad, sus prácticas, sus necesidades reales y sus recursos propios. La salud ya no como un servicio que se compra, sino como un derecho que se construye colectivamente: en los huertos, en las cocinas, en los círculos de mujeres, en los temazcales, en los talleres de herbolaria, en los espacios de escucha emocional, en la transmisión de saberes que no pasan por la academia ni por la receta médica.

Frente al modelo capitalista de salud, que fragmenta al ser humano y lo reduce a síntomas, la medicina ancestral propone una visión holística: cuerpo, mente, emociones, territorio y espiritualidad están profundamente conectados. La enfermedad no es vista como una falla mecánica, sino como un desequilibrio. Y el tratamiento no es una intervención violenta, sino un proceso que involucra escucha, tiempo, acompañamiento y, muchas veces, transformación personal.

Tradicionalmente donde el acceso a servicios médicos es casi inexistente o profundamente discriminatorio, son las parteras, los curanderos, los yerberos y los promotores comunitarios quienes han sostenido la salud cotidiana. No desde el heroísmo, sino desde la convicción de que sanar no es un acto individual, sino colectivo. Recuperar estos saberes es también una forma de resistencia cultural y de defensa del territorio, porque las plantas que curan son también las que el agronegocio intenta erradicar con glifosato. Porque la tierra que alimenta es la misma que las mineras y los monocultivos intentan devastar.

En este contexto, hablar de autocuidado no debe entenderse como un acto egoísta o superficial, sino como un acto de amor y por qué no, de un acto político. Cuidar de uno mismo es también desobedecer la lógica que nos quiere agotados, desconectados y dependientes del consumo. Es poner límites, es recuperar el descanso, es saber qué entra en nuestro cuerpo y qué rechazamos. Es, en muchos casos, volver a aprender a escuchar el cuerpo, a mirarlo con respeto, a entenderlo no como una máquina a explotar, sino como parte de un entramado vital.

Hoy más que nunca, necesitamos repensar la salud desde abajo, desde adentro, desde lo común. Necesitamos hablar de soberanía alimentaria, de acceso libre a las plantas medicinales, de espacios de contención emocional, de redes de apoyo, de territorios sanos para cuerpos sanos. Necesitamos que el bienestar deje de ser una mercancía para convertirse en un principio organizador de la vida.

La medicina que nos cura no siempre viene en frascos. A veces brota de la tierra, a veces habita en la palabra, en la risa compartida, en la pausa, en la comunidad. Y sobre todo, en la decisión de no entregar nuestra salud a quienes se benefician de nuestra enfermedad.


También te puede interesar

0 Comentarios

Gracias por tu comentario. Seguimos en conexión.