Frutos Extraños
Luis Barria
En un desesperado
intento de sobrevivencia, Abram Smith se llevó las manos al cuello
para liberarse de la soga que le arrancaba la vida; lo bajaron, le
destrozaron los brazos a martillazos para que no lo intentara más y
volvieron a colgarlo. Thomas Shipp pendía, ya sin vida, de la rama
vecina. Extraños frutos de los árboles del sur. La noche anterior,
6 de agosto de 1930, habían sido detenidos, acusados del asesinato
de Claude Deeter y la violación de su novia, Mary Ball. Estaban
siendo interrogados por el sheriff del condado de Marion, Indiana,
cuando irrumpió una turba de hombres blancos armados con martillos,
palos, hachas y barras de metal; a golpes los condujeron hasta el
árbol que estaba frente al juzgado y ahí perpetraron el
linchamiento. El fotógrafo del pueblo, Lawrence H. Beitler, tomó
una placa que resultó un gran negocio, vendió cientos de copias en
unos cuantos días. Escena del galante sur.
Un tiempo después,
Mary Ball, confesó que no fue violada.
Cuando la fotografía fue
publicada en la prensa neoyorkina, Abel Meeropol, profesor de
primaria del Bronx, quedó tan impactado, que esa imagen aterradora
lo persiguió durante varios días y no lo dejó dormir. Así nació
Strange Fruit, poema que, con el seudónimo de Lewis Allan, publicó
en el periódico del sindicato de profesores de Nueva York. Más
tarde fue musicalizado.
Cuando lo cantó por primera vez, una noche
de 1939, en el Café Society de Nueva York, Billie Holiday era muy
joven, pero era negra. Su padre había muerto un par de años atrás
porque no fue aceptado en ningún hospital, debido al color de su
piel (“a mi padre no lo mató la neumonía, lo mató Dallas”,
declaró años después). Apenas tenía 24 años, pero ya había sido
violada, a los 10, y “castigada” por ello en una correccional; ya
había fregado pisos y había sido maltratada por sus patronas
blancas; ya había sido recadera de la “Madame” que regenteaba el
prostíbulo del barrio; ya había sido prostituta y llevada a la
policía por un capo a quien no quiso prestar sus servicios, tenía
14 años y pasó seis meses en prisión. Era negra y, en el momento
de la interpretación, era todos los negros arrancados de su
continente, y era la madera cómplice de los barcos que los
transportaron, y era Abram Smith, Tomas Shipp y todos los ejecutados,
y era las ramas de las que pendían los cuerpos, y era, también, la
raíz y la corteza del árbol. Negra era la voz, negros los acordes,
negras las palabras. Por eso fueron apagándose los sonidos, las
conversaciones, las risas, el tintineo de los hielos; por eso la luz
se fue extinguiendo hasta quedar sólo el haz que la iluminaba; por
eso, al terminar la pieza, el silencio fue tan denso, tan hondo, tan
insoportable. Tras unos minutos de estupor, un solitario y tímido
aplauso desencadenó una gran ovación, pero la cantante ya no estaba
en el escenario, estaba en el baño, deshecha en llanto y
vomitando.
La conmoción que
causó, fue nacional. Además de ser un éxito de ventas, Strange
Fruit se convirtió en el himno antirracista por antonomasia y
acompañó la lucha por los derechos civiles de los negros a lo largo
del siglo XX.
Estuvo siempre en el
repertorio de Lady Day (el mote que le puso Lester Young) y siempre
la cantó con la misma intensidad interpretativa, con el mismo dolor,
con el mismo llanto.
Después vino el éxito, la gloria y también
los escándalos, los arrestos constantes, las desdichas, las drogas,
el alcohol.
Cuando, 20 años
después, fue hospitalizada, enfrentaba nuevos cargos por posesión
de narcóticos. El custodio que la vigilaba decidió esposarla a los
barrotes de la cama, como si fuera capaz de fugarse una mujer
agonizante, consumida por la cirrosis.
Así murió el 17 de
julio de 1959. Tenía 44 años y seguía siendo negra.
STRANGE FRUIT
Abel Meeropol
oles sureños cargan
extraños frutos,
sangre en las hojas,
y sangre en la raíz,
cuerpos negros se
balancean a la brisa sureña,
extraños frutos
penden de los álamos.
Escena pastoral del
galante Sur,
los ojos saltones y
la boca retorcida,
perfume de
magnolias, dulce y fresco,
y el repentino olor
de carne quemada.
Aquí está el fruto
para que lo arranquen los cuervos,
para que la lluvia
los tome,
para que el viento
los chupe,
para que el sol los
descomponga,
para que los árboles
los tiren.
He aquí una extraña
y amarga cosecha.
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