Lily Márquez
Aún se encuentra un
profundo hoyo, cercado por una valla delgada y vieja en la plaza
central de Coatepec. Se alcanza a percibir, entre las cafeterías, un
aire colonial en las casonas que rodean el parque. Frente al
ayuntamiento, en la esquina de la plaza cuelga un letrero que dice:
“Para que no se te olvide, pueblo, para que no se te olvide”.
Tras él, de la oscuridad del hoyo salen algunas grandes moscas con
la panza irisada. La gente del pueblo que pasea por ahí, no se
acerca demasiado y se cubre la nariz. Algunos, incluso, la evitan
corrigiendo su rumbo hacia la izquierda del parque. Ello implica
caminar más para cruzar la plaza, pero así evitan el recuerdo que
produce aquel hoyo. Para los turistas, en cambio, ese sitio es una de
las tantas incógnitas del famoso pueblo mágico, y se les ve
sacándose fotos como si fuera un sitio arqueológico. Ese hueco era
el recordatorio coatepequense de que la justicia existe. Se hizo hace
algunas décadas contra el Honorable Ciudadano Carlos López Díaz,
mejor conocido como Carlitos. ─¿Y quién era ese Carlitos?- le
pregunté a la mesera de la nevería del kiosco principal. Un hombre
propio, callado y observador; era calvo, aunque siempre me gustó su
fino y delgado bigotito. Qué más… pues así, ya sabe, un hombre
de bien, recto, con fe… en su patria. Claro…conservador como
todos, ya sabe, otro típico asesino.Tras la encrucijada escondida en
los albores de este mágico pueblo cafetal, la curiosidad me llevó a
indagar sobre esta historia. En el archivo oficial del pueblo sólo
tienen una caja impregnada con moho, con cuatro carpetas grandes que
sostienen diversos oficios. Entre ellos, el nombramiento oficial del
H.C. Carlitos como presidente municipal en 1978, firmado y sellado
por el gobernador de Veracruz y sus compinches. También en esa caja,
estaban los traspasos –aparentemente legales─de varios terrenos
cafetaleros a distintas personas. Al final de la carpeta verde olor
añejo y llena de humedad, se apreciaba una copia del oficio Núm. 85
- 67143 bis del 28 de diciembre, donde se retira del cargo a Carlitos
debido a sus “disfuncionalidades de carácter físico y mental”.
A partir de esa fecha, nadie ha querido hablar del tema. Se sabe por
fuentes fidedignas que se dirigió a la capital corriendo con mucha
mejor suerte que aquí.
Todas las personas a
las que les preguntaba sobre la historia de aquel hueco me mandaban
con La Chamana. El problema era dar con ella. Recorrí las calles
cafetaleras del pueblo hasta su choza, la cual aún estaba hecha de
carrizo. Fui varias veces, pero nunca estaba. Sin ella, mi relato no
funcionaría. El día que estaba a punto de rendirme me senté frente
al hoyo a comer una nieve tradicional del kiosco del parque. Algo de
azúcar calmaría mi impaciencia.
─ La culpa es del
pinche Carlitos ─escuché una voz aguardentosa tras de mí. Era la
chamana. Anciana de tez morena─, pero mira: yo le dije al güey…
Se lo advertí…Pero jijo de puta ni´miso caso.
Entre palabra y
palabra la mujer escupía por la falta de varios dientes delanteros.
Al contrario de las brujas turísticas con atuendos blancos y
holgados, ella vestía con ropa casual y occidental. En realidad me
pareció extraño verla con pantalones de mezclilla y una playera
blanca con la estampa de un oso sentado sobre la bandera de nuestro
país vecino con sombrero de cowboy que decía Welcome to Montana.
─ Tú eres la que
me anda buscando ¿verda’?... ¿Qué quieres saber y pa’ qué?
─ Sí, estoy
interesada en escribir la historia de Carlitos. Soy escritora.
La chamana se empezó
a reír a carajadas. Su estruendosa risa me causó tanta incomodidad
que empecé a reírme también.
─ ¡Escribir su
historia!… Qué pendejada quieres hacer… Nadie lo va creer… Y
si lo hacen, ten cuidado con sacarla a luz. La verdad incomoda. No
vaya a ser que incomodes a las altas injluencias mana… Te rebanan
la cabeza ¿eh? ¿A poco quieres eso?
─ No… Bueno, no
sé. ¿Porqué no me cuenta y ahí decido si lo escribo o no?
Luego de un suspiro
para recuperar su aire por tanta risa, la chamana se sentó junto a
mí y me empezó a contar la historia.
─ Bué… Que
conste que insististe… Yo juré proteger a este pueblo… ¡Que te
conste que tú insististe!, ¿eh? Pues pasó hace varios años. Yo
crecí con su abuela… De Carlitos, pues. ¡La pobre! Siempre
tratando de darle todo a sus pobrecitos nietos abandonados. Doña
Flora era linda. Murió cuando pasó lo de Carlitos. No pudo cargar
con la vergüenza. Esa sí fue una pérdida lamentable. Mira, es que
aquí la vida no es como allá. Es mucho más … vívida. Los
chismes son exagerados, cualquier cosita ya está en boca de todos.
¡Todos sabemos todo de todos! Carlitos no fue la excepción. Desde
que llegó al pueblo… Porque has de saber que luego del
desafortunado accidente que mató a su madre, al Porfirio (su padre)
se le hizo muy fácil botar a sus hijos con doña Flor. Jijo de la
chingada. No, si te digo… Cuatro chamacos al cuidado de la pobre
vieja. Cada semana la iba a ver pa ´echarle una manita. ─ la
anciana se carcajeó─ ¡¿Quién miba a decir que se iban a quedar
hasta con mis ovarios?! ¡Jijos del moño!
─ Ya de chiquitos
los muchachos tenían pinta de cabrones. Y entre más callados, más
cabrones. El peor era el Carlitos. Ése te apuñalaba con la mirada,
pero te embriagaba con la boca. Los otros tres terminaron como pillos
comunes. Pero el Carlitos… Ese cabrón me engañó. Y m’ija… No
cualquiera me engaña, has de saber… Y si a mí me pasó… no
quiero ni decirte qué le hizo al pueblo ─ la mujer guardó
silencio y quedó pensativa; luego susurrando continuó -: la culpa
es mía… Carlos me engañó. En realidad, lo hice por Doña Flor.
¡Que Dios la guarde en su santa gloria y que me perdone! Todas las
noches le pido que me perdone. ¡Ay, Flor, no quise hacerte daño!
¡Perdóname!─ Quebró en llanto.
Luego de unos
minutos, la mujer quedó pensativa sobre la imagen de aquel horrendo
hueco. Entonces me vio con la expresión de aquel que ha encontrado
la cura del cáncer en la tripa del sapo. Me causó tanto miedo que
me moví a un ladito
─ ¡Prométeme que
lo vas a escribir!
No sabía qué
contestar. Sentía temor, y por un momento dudé en continuar
alimentando mi curiosidad.
─ ¡Prométemelo!
─ Sí, lo prometo.
─Doña Flor quería
mucho a Carlitos. De los cuatro era el consentido. Todo para su nieto
consentido. Todo: juguetes, nieve, ropa, zapatos, en fin. No se daba
cuenta de que él era malo, ¿sabes? Lastimaba a los otros niños,
con saña, con odio. Les pegaba y amenazaba con matarlos por las
noches, junto con sus padres. Doña Flor se hacía de la vista gorda
y me decía: “¡Ay, estos niños de ahora!” Después, cuando
creció, se fue a vivir a la capital del estado. Ahí estuvo sin que
nadie supiera nada de él. Regresó hecho todo un macho: elegante,
con porte, muy recto en su habla… ¡No como yo! Doña Flor lo
miraba con orgullo. ¡Su gran nieto! Venían las elecciones y, según
dicen, él convenció a los del partido que lo postularan como
candidato a presidente municipal. Tenía la facha de alguien justo,
¿ves? Y pues, sin más que lo postulan al cabrón. Yo de ingenua,
porque también me engañó el jijo de la chingada. Pensando que sus
propósitos eran sinceros, que se me ocurre darle uno de los regalos
más extraños de la región. Pinche suerte la mía de tener una de
esas semillas. Me la trajo mi comadre de Catemaco. La había
encontrado en un islote, donde ahora habitan los monos. Antes no
había. ¡De no ser por mi jodida estupidez! La comadre me dijo que
esa semilla generaba frutos de abundancia para aquel que tuviera
buenas ideas. Pero daba lo contrario para … Pus, para los malos
deseos. ¡Pus quién lo iba a pensar! Total, me dije, ¿qué puede
ser tan piors? Así que se la regalé a Carlitos cuando ganó la
elección: “Anda mijo, vamos a plantarla para que te dé buena
fortuna”. Y la sembramos aquí enfrente. Carlitos tenía estrella
para estar en su trono. ¡Vaya que le quedó el papel como anillo al
dedo! Se la pasó apropiándose de terrenos y los convirtió en
cafetales. En poco tiempo, se volvió el hombre más rico del pueblo.
Y mientras, ahí, enfrente, empezó a nacer una planta color caqui.
Quienes pasaban por aquí decían que la escuchaban echarse pedos. La
gente no creía. Pero cuando la vi, me di cuenta de que la planta era
el reflejo pleno del alma de Carlitos. ¡Uta! ¿Cómo se la iba
quebrar a su abuela? ¿Cómo le iba a decir que su nieto estaba lleno
de mierda? Tuve que ir con él para que ya le parara. La semilla
estaba creciendo… Entre más robaba Carlos, más mierda echaba la
planta. “Carlitos”, le dije, “mira, sé que estás haciendo y
debes pararlo al instante. Renuncia. Lárgate de aquí antes de que
esto se vuelva catastrófico”. Claro que se burló de
mí…obviamente. Fue con sus achichincles y ordenó que me lanzaran
huevos: “Ándale, vieja bruja… pa´que ya no te hagan falta en
tus limpias”, me dijeron. Nomás sentí cómo se me doblaban las
tripas del coraje, manita. Me encabroné tanto, que mandé a la
chingada a todos y me jui del pueblo. No hubo día que no pensara en
la pobre Flor. ¡Ay, mi muchachita! No tenía idea que estaba
albergando al mismo diablo en su casa, ¡y yo no sabía cómo
decirle!
─ Pasó el tiempo
y la planta se hizo árbol. Un árbol feo, caqui y apestoso. De sus
ramas, salió un fruto extraño en forma de excremento. La gente ya
no podía ni pasar por ahí por el tremendo asco que le provocaba el
hedor. Pero el destino lo puede todo y a todo le pone fin.
─ En una junta con
el gobernador del estado, el Carlitos se empezó a sentir mal.
Comenzó a sudar y sus tripas rugían llamando la atención de todos
los presentes. Tuvo que salir corriendo al baño. Le dio una santa
diarrea que no podían pararla. ¡Ja! Lo llevaron al hospital, le
pusieron suero, antibióticos y ni con eso se alivió. Yo, muerta de
risa, hasta que Flor me buscó. Me rogó que parara ese mal. Era su
propia semilla. El muchacho estaba lleno de mierda. Lo único que se
podía hacer era matar al árbol. Así que Flor… mi querida Flor
fue a talarlo, ella solita. La gente se dio cuenta. La trataron de
ayudar, pero muchos tuvieron que irse por las náuseas y el vómito.
Flor lo hizo sola. Derrumbó el árbol con sus propias manos. Al día
siguiente, Carlos se recuperó. Pero mi amiga Flor… ella cargó con
su suerte. Contrajo rotavirus y a la semana murió. ¿Tú crees que
Carlos la lloró? ¡Le valió madres! Esa mujer dio la vida por él.
¿Para qué? Para que ese jijo de puta se fuera a la capital por el
gran tajo.
─ Esa semilla era
un don. Y lo mataron. Yo lo maté. Por pendeja. ¡N'ombre! Me fue
como en feria. Los brujos se enteraron y andaban queriendo ir por más
semillas. Luego luego se puso las pilas la comadre, ¡y que pone a
los monos a resguardar el islote pa´ que no anden sacando semillas
que matan! ─ la anciana suspiró profundamente y dijo con pesar ─:
maté a Flor. ¿Cómo fui capaz de creerle a esa sabandija? Menos mal
que ya se jue. No nos va a hacer más daño. Ya está lejos.
La chamana se
levantó y se fue, dejándome con una expresión incrédula.
Permanecí frente al hoyo respirando el aire limpio y fresco que
despide el mágico pueblo. Veía a la gente andar con sus familias,
comiendo elotes o nieves. Paseando como si no hubiese ayer. Sólo
bastó una vida que se sacrificó para poner un alto a tanto saqueo.
Hoy, en cada esquina, el olor a café se levanta como manto invisible
por las calles, contrarrestando el aroma que hace una década
envolvía la plaza. Mientras, el hueco quieto emana en su silencio la
pregunta: ¿Quién será el siguiente?
0 Comentarios
Gracias por tu comentario. Seguimos en conexión.