En el horizonte aún
puedo ver aquella vieja estatua jorobada y tornada azul por la
erosión del tiempo. Ese día, ayer, sufrí una fuerte caída que
hizo pedazos mi bicicleta y por desventaja también mi pierna. No
puedo moverme ni un instante y mi único distractor es mirar desde la
ventana de mi habitación el cielo y el tiempo.
Mi pierna se ha
arreglado y mis energías están más que cargadas. Recojo unas
monedas de la mesa de noche y despido a mi padre que se va a su
trabajo, al negocio. Salir al aire libre y sentir la ventisca del
campo en mi cuerpo me hace vivir de nuevo. Veo a mi papá alejándose
mientras saluda al trabajador de la planta eléctrica que instala un
poste de luz sobre la acera, mide un cable y con una serie de
movimientos lo conecta con el generador del poste. Surge la luz.
Paso de él y camino
una cuadra más por la vía que los coches han creado en la tierra.
Un niño juega con su trompo en la carretera sin darse cuenta de que
un conductor lo va a atropellar. Por más que grito hace caso omiso
de mis advertencias y cuando menos lo espero, el niño ha
desaparecido del sitio y se encuentra jugando detrás de mí sin
tener conciencia alguna de lo que acaba de suceder.
Alucinación mía,
pienso. Giro mi cabeza hacia el horizonte y puedo ver una cebra…
¿una cebra?, lleva una especie de… ¿armadura?, no lo creo. Corro
lo más rápido que mi pierna me permite, pero al llegar no hay
rastro de la cebra, sólo unas hojas que marcan un camino en zigzag
hacia el bosque; acuérdate que mamá siempre dice que el bosque es
peligroso, me repito en la cabeza ante la tentación de seguir el
camino, una vez no hará daño.
El bosque es frío y
gris, ahí la vi, la cebra hablando con una voz exageradamente
gruesa, ¿puede hablar?, de un salto la sorprendo y se da la vuelta
para embestirme y hacerme caer de golpe.
–Arrodíllate–,
me dice con diferente voz,
–¡tú... tú
hablas!
–La cebra no,
tonto, ¡soy yo!–.
Escucho a la cebra pero no la veo mover el hocico…
–¡Aquí
abajo!
Un pequeño caracol con una diminuta corona en su caparazón
surge por detrás de la pata de la cebra…
–Bienvenido a mis
dominios, a mi reino, a mi territorio, ¿Qué trae a un cándido niño
como tú por aquí?
Mis pensamientos se
revuelven y caigo desmayado..
Despierto en mi cama
sudando, me río del bizarro sueño que tuve, planto mi cara en la
almohada y escucho que cruje, introduzco mi mano debajo de ésta y
saco una hoja seca que tiene una nota escrita:
“Su majestad,
ser supremo y deidad, el Rey Caracol solicita verlo a media noche en
el bosque para hacerle un juicio por su mala educación y su falta de
respeto”.
Sé que estoy en
problemas y no son para nada de este mundo.
Emiliano Hidalgo
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