¿Nos estamos acostumbrando a vivir entre basura?
Bajé las escalinatas del Paseo de Los Lagos. Era cerca del mediodía. Aunque el sol brillaba intensamente, no hacía calor; soplaba un aire ligero y frío. Llamaron mi atención unas palomas que se movían sin descanso, casi de forma coordinada; me acerqué para tomarles unas fotos. De pronto, una de ellas —posada sobre un letrero que decía “Humedales flotantes”— me atrapó por completo. Me detuve ahí un rato, tomándole varias fotos. A poca distancia, una pareja lucía muy entretenida.
También era notoria la presencia de varios trabajadores del área de Servicios Generales del ayuntamiento. Un par realizaban tareas dentro del lago, subían y bajaban por unas escaleras de aluminio; otros vaciaban contenedores, y uno más pasaba una escoba metálica de jardinería por la superficie del agua, tratando de sacar una bolsa de nylon pequeña que la corriente desplazaba lentamente.
Mientras fotografiaba otra paloma —esta vez posada sobre un letrero del puente que lleva al muelle flotante—, uno de los trabajadores se acercó y me preguntó si era de algún medio. Le respondí que sí, que colaboraba con Cultura Errante. Sonrió y me dijo: “Pues mire, aquí estamos desde temprano, todos los días, limpiando”. Enseguida noté que tenía ganas de platicar.
Me contó que en el primer lago encuentran de todo: llantas, juguetes, botellas vacías. Uno de los principales problemas, dijo, son los desechos de los perros. “Algunos dueños traen su bolsita para recoger las heces, pero a veces, en lugar de llevárselas, la avientan al lago. Hemos sacado muchísimas”, me explicó. “Me ayudo de una red a la que le adapté un tubo largo —así puedo alcanzar más lejos—”, añadió.
Sacó su celular y me mostró fotos recientes: basura flotando, peces muertos, bolsas plásticas enredadas entre las plantas. “Mucha gente compra las bolsitas con alimento para los peces, les dan de comer y luego tiran también la bolsita al agua. Los peces, al confundirlas con comida, mueren por intentar tragarlas”, comentó con resignación.
Minutos después llegaron algunos de sus compañeros. Me mostraron los tambos llenos hasta el tope. “Aunque estén así, la gente sigue metiendo más basura”, dijo uno de ellos. Entre los residuos sobresalía el unicel, que debería estar prohibido por su impacto ambiental —o creo que lo está, pero a nadie le importa— y que continúa circulando con total normalidad.
El problema no se limita a los desechos plásticos —me dijo otro señor que, con una pala, levantaba la basura alrededor de los contenedores—: también hay basura orgánica revuelta, sin separación, pese a que los botes están divididos. Una mujer que paseaba a su perro intervino: “Harían falta más botes de basura; hay muy pocos para tanta gente”. Tenía razón, aunque quizá no se trate solo de un problema de infraestructura, sino de cultura.
Como consumidores, podríamos exigir que los vendedores eviten empaques contaminantes o, mejor aún, llevar nuestros propios recipientes, como en las asambleas comunitarias donde cada quien porta su plato, su vaso y su cuchara. Suena poco práctico, pero es cuestión de irnos acostumbrando. Me quedé pensando que soluciones puede haber muchas, pero todas requieren la participación de todas y de todos. Eso sí, me parece que lo verdaderamente insostenible es que nos acostumbremos a vivir entre basura.
Te invitamos a ver las fotografías en nuestra página de Facebook.


Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Seguimos en conexión.