¿Existe Memo Cuevas en la vida real?
El
jazz bajo la manga
¡Ya
viene el Festival JazzUV! / ¿Existe Memo Cuevas en la vida real?
Luis
Barria
Como
los Jones (Thad, trompetista; Elvin, baterista y Hank, pianista) y,
más recientemente, los Marsalis (Ellis y sus cuatro hijos: Branford,
Wynton, Delfeayo y Jason), los Heath constituyen una dinastía de
jazzistas apegados a la línea más clara (iba a poner «a la línea
más pura» pero el adjetivo es inadecuado para un género impuro) de
la tradición. Percy, el contrabajista, trabajó junto a Miles Davis,
Dizzy Gillespie, Charlie Parker, Wes Montgomery, Thelonious Monk y
formó parte del Modern Jazz Quartet. Jimmy, el saxofonista, también
fue sideman de Miles Davis, Kenny Dorham, Milt Jackson, Art Farmer y
fue miembro de la orquesta de Gil Evans. Y el más pequeño de los
tres, gran baterista y cortés, Albert "Tootie", pisó por
primera vez los estudios de grabación en 1957 como integrante de la
banda de John Coltrane; tras tan apabullante estreno, ha colaborado
con J.J. Johnson, Wes Montgomery, Art Farmer, Benny Golson, Cedar
Walton, Bobby Timmons, Kenny Drew, Sonny Rollins, Dexter Gordon,
Johnny Griffin, Herbie Hancock y Nina Simone entre muchos otros. En
1975, los tres hermanos formaron el grupo Heath Brothers.
Tootie
tiene, además, una gran experiencia como docente, actualmente
imparte clases en el Taller de Jazz de Stanford. Estas dos
característica, tener una carrera importante en la música y ser
capaz de transmitir sus conocimientos a los estudiantes, fueron los
puntos más importantes a considerar en la selección del elenco que
se presentará en la séptima edición del Festival Internacional
JazzUV que, tras el paréntesis del año pasado, volverá a asentarse
en esta Nueva Orleans veracruzana entre los días 21 y 25 de octubre.
Esta vez, el IVEC se suma a la anfitrionía.
En
la rueda de prensa en la que se confirmó la grata noticia, Tim
Mayer, experimentado saxofonista, docente de Berklee College of
Music, actual docente de JazzUV y director artístico del festival
comentó:
«Dado
que este festival tiene varias funciones, varios propósitos, el
desafío de elegir un elenco que cumpla con todo eso es como un
rompecabezas porque, por un lado, tenemos la responsabilidad de
elegir artistas que son capaces de dar las clases maestras a los
alumnos, pero eso después del poder tocar a nivel mundial, y no son
todos los artistas que tocan a ese nivel, y también el propósito de
presentar un elenco multi generacional, de varios géneros también,
para presentar una diversidad de estilos.
Elegimos
el trío de Albert ‹Tootie› Heath y el grupo de Maraca y sus
Latin Jazz All Stars como base del elenco».
Dos
músicos jóvenes, el pianista Richard Sears y el contrabajista
Martin Nevin completan el trío de Tootie Heat. Pese a su juventud,
informó Mayer, estos músicos están entre los más buscados en
Nueva York, una de las escenas jazzísticas más importantes del
mundo.
Orlando
Valle «Maraca» forma parte de una familia musical habanera. Desde
los diez años toca la flauta; en 1988 se integró a la institución
jazzística más importante de la isla, el grupo Irakere donde,
además de interpretar su instrumento principal, se desempeñó como
tecladista y arreglista.
Seis
años después, en 1994, inició su carrera personal en la que ha
hecho varias grabaciones exitosas y recibido algunos premios. Llegará
a Xalapa con un grupo de verdaderas estrellas de esto que, aunque no
haya sido la música preferida de Cicerón, Marco Tulio, Pompeyo o
Trajano, llaman jazz latino. Steve Turre, Yasek Manzano, Mario
Canonge, Jorge Reyes, Giovanni Hidalgo y Horacio «El Negro»
Hernández harán hormiguear los pies de los escuchas y sembrarán en
los estudiantes algunas plantas de caña de azúcar.
Agustín
Bernal, Gerry López, Héctor Infanzón, la Orquesta Nacional de Jazz
de México y la Escuela Superior de Música son los compatriotas
convocados a los que se sumarán dos grupos de la Universidad
Veracruzana, Orbis Tertius y Xalli Big Band. También estará
presente el LaFaro Jazz Institute.
Todo
cabe en un festival sabiéndolo acomodar, durante esos cuatro días
habrá 36 actividades entre clases maestras, talleres, conciertos y
jam sessions que se desarrollarán en tres sedes: la Casa del Lago,
el Teatro del Estado y las instalaciones de JazzUV.
Jazz-taba
allí
«Cuando
la Universidad Veracruzana nació, el jazz ya estaba allí -dijo el
improbable Memo Cuevas (adelante hablaremos del adjetivo)-.
«Esta
música [el jazz], por alguna razón ha sido un virus, se han
encontrado muchos anticuerpos y muchas defensas en todo el mundo pero
la humanidad ha ido cediendo, se ha ido debilitando y el virus del
jazz se ha ido multiplicando, se ha ido transformando (ya ven lo
mañosos que son los virus en todos los aspectos de la biología y de
la ecología) y entonces ha contagiado cada vez a más personas.
«La
Universidad Veracruzana se ha adelantado a muchas otras instituciones
para favorecer esta música, y esta mesa es solamente la continuación
de un proyecto que parará hasta que pare el mundo y que, cuando
despertemos, el jazz ya no esté allí»
Y
ya que Memo aludió a Monterroso, recordémoslo:
«Hubo
una vez un Rayo que cayó dos veces en el mismo sitio; pero encontró
que ya la primera había hecho suficiente daño, que ya no era
necesario, y se deprimió mucho»
Pero
el jazz, a diferencia del Rayo, es un virus y, por ende, indeprimible
así que seguirá cayendo, jamás callando.
*
* *
¿Existe
Memo Cuevas en la vida real?
Cuando
llegué a la rueda de prensa, Memo
Cuevas jazz-taba allí.
«Hasta
donde alcanza mi memoria, que ya no alcanza mucho, allá por el año
63, casi recién inaugurado el Teatro del Estado, el primer grupo de
jazz que, dentro de mi archivo, estuvo en Xalapa fue el trío 3.1416
de Juan José Calatayud, fue un acontecimiento inusitado porque el
jazz era un acto irreverente en una sala recién estrenada,
principalmente, para la Orquesta Sinfónica de Xalapa. De ahí nos
podemos brincar hasta la presencia de un nombre como McCoy Tyner y
otro nombre, y digo nada más nombres, como Jack DeJohnette; el
equivalente sería, para los amantes de la ópera, haber tenido en
Xalapa a Cecilia Bartoli; para los amantes del piano sería como
haber tenido aquí a Daniel Barenboim o a Martha Argerich; para los
amantes de la dirección de orquesta, como haber tenido a Claudio
Abbado o, incluso, a Von Karajan en su momento o, para los amantes
del futbol, como si Messi y Cristiano Ronaldo alinearan un día, en
un juego de exhibición, con nuestros Tiburones Rojos en el Pirata
Fuente», dijo entre otras cosas.
Tenía
varios meses que no lo veía y esa mañana apareció como siempre,
con una gran cantidad de información que distribuyó en comprimidos
provistos de una capa entérica elaborada a base de ingenio y buen
humor. En pocos minutos habló de jazz, de música clásica y de
futbol. Cuando terminó su intervención el árbitro dio el ocarinazo
final y, a manera de tiempos extra, sobrevino el desayuno.
Yo
estaba sentado junto a Raciel Martínez; mientras degustábamos los
sacrosantos alimentos que tan generosamente nos ofreció el Asadero
100, me recordó que nos conocimos en una comida que organizó una
amiga común hacia finales del siglo pasado, la locación para el
convivio fue el jardín de su casa en Briones. Había un número
desmedido de mosquitos catárticos que zaherían cuanto fragmento de
epidermis se topaban sin respetar edad, sexo ni posición social. Era
un hecho inusitado, en esos tiempos los feroces insectos comenzaban a
arribar a esta, entonces frígida, región. Ramón Gutiérrez estaba
entre los comenzales y le hice ver que esos bichos habían sido
importados por él y sus secuaces desde las mismísimas márgenes
del Papaloapan, eran parte de su escenografía, de su atrezo.
Ese
episodio lo recordaba, lo que había olvidado y Raciel me recordó,
entre risas, es que cuando terminó la comida y comenzó el
espectáculo de Son de Madera, agobiado por la andanada de lujuriosos
insectos, tuve un momento de iluminación: descubrí que el zapateado
jarocho no es producto de la tradición ni una fuerte herencia
cultural ni ninguna de esas cosas, los bailadores brincan y brincan
para espantarse los zancudos.
En
eso estábamos cuando miré hacia la mesa de los presentadores y, ¡oh
sorpresa!, Memo Cuevas ya no estaba allí.
Ignoro
cuál es el antónimo de ubicuo, le dije, pero Memo posee ambas
cualidades, la omnipresencia y la ausencia absoluta. Entre risas y
comentarios diversos transcurrió el desayuno y Raciel se despidió.
Cuando
volví a mirar la mesa principal, Memo Cuevas seguía ahí. Entonces
me nació una duda que sigue persiguiéndome: ¿existe, de verdad,
Memo Cuevas?
Cuando
todo concluyó fui a saludarlo, salimos del lugar y nos fuimos a un
café; platicamos alrededor de tres horas y nuestros senderos que se
bifucaron.
Esa
noche, en la intimidad de mi habitación, volví a preguntarme:
¿existe o es producto de la imaginación colectiva?, ¿nació o lo
inventamos entre todos y propiciamos, a fuerza de sumar voluntades,
sus apariciones casi fantasmales?
En
esa duda estaba cuando se me ocurrió una idea casi perogrullesca, la
respuesta debía estar en el cuento de Borges que, indubitablemente,
dio origen al mito que conocemos como Memo Cuevas: Tlön, Uqbar,
Orbis Tertius.
Cerca
de mis libros no hay ningún espejo así que no debo a conjunción
alguna el hallazgo de Ficciones, el libro de Borges que contiene ese
texto del que, desde la primera lectura realizada en los años 80, se
me quedó grabada un sentencia: Los espejos y la cópula son
abominables porque multiplican el número de los hombres.
También
un neologismo me cautivó en aquella primera aproximación: lunecer.
Cito: «El mundo para ellos [los habitantes de Tlön] no es un
concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos
independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. No hay
sustantivos en la conjetural Ursprache
de Tlön (...): hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o
prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay
palabra que corresponda a la palabra luna,
pero hay un verbo que sería en español lunecer
o lunar.
Surgió
la luna sobre el río
se dice hlör
u fang axaxaxas mlö
o sea en su orden: hacia arriba (upward) detrás duradero-fluir
luneció»
(Duradero-fluir
para evitar el adjetivo río
es, por supuesto, brillante pero lunecer
me parece más bello).
Cuando
llegué a la parte que explica la filosofía idealista del hipotético
planeta, entreví la verdad:
«Una
de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el
presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como
esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como
recuerdo presente (1). Otra escuela declara que ha transcurrido ya
todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o el reflejo
crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso
irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ella nuestras
vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que
produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que
el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen
todos los símbolos y que solo es verdad lo que sucede cada
trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos
despiertos en otro lado y que casi cada hombre es dos hombres.»
Pensar
en el jazz como un sistema de símbolos que produce un dios de
segunda para entenderse con un demonio de primera es, quizá,
aproximarse a la definición más precisa de esta música. Esta idea
me vino de manera colateral pero no le di oportunidad de distraerme
porque la respuesta a la pregunta fundamental empezaba a tomar forma:
acaso Memo Cuevas es verdad solo cada trescientas noches.
«Entre
las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el
materialismo», se lee más adelante y se narra el epidodio en el que
un heresiarca, para demostrar la existencia del tiempo y la
persistencia de los objetos en el espacio, propuso un razonamiento
que fue calificado de sofisma:
«El
martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de
cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo
herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z descubre
tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X encuentra dos
monedas en el corredor de su casa (...) Es absurdo
(afirmaba) imaginar
que cuatro de las monedas no han existido entre el martes y el
jueves, tres entre el martes y la tarde del viernes, dos entre el
martes y la madrugada del viernes. Es lógico pensar que han existido
-siquiera de un modo secreto, de comprensión vedada a los hombres-
en todos los momentos de esos tres plazos.»
¿Entonces
sí existe Memo Cuevas siempre pero de un modo secreto, de
comprensión vedada a nosotros, los mortales?
La
osadía del hereje fue refutada de manera lúcida e impía. La
falacia, razonaron, se sustentaba en la introducción de dos voces no
autorizadas: Los verbos encontrar
y
perder
que «presuponían la identidad de las nueve primeras monedas y de
las últimas (...) Denunciaron la pérfida circunstancia algo
herrumbradas por la lluvia del miércoles,
que presupone lo que trata de demostrar: la persistencia de las
cuatro monedas entre el jueves y el martes. Explicaron que una cosa
es igualdad
y otra identidad
y formularon una especie de reductio
ad absurdum,
o sea el caso hipotético de nueve hombres que nueve sucesivas noches
padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo -interrogaron- pretender
que ese dolor es el mismo?»
Esto
sucedio el viernes por la noche, cinco días después, cumpliendo lo
convenido con Memo en el café, fui a la plática sobre música y
literatura que imparte todos los miércoles en la USBI. Tras un largo
y fatigoso periplo, di con él y no supe si era igualmente absurdo
imaginar que ese hombre que veía era el mismo del que me había
despedido el viernes al mediodía, como suponer que el último
cigarro que me fumé la noche del viernes era el mismo que encendí
el miércoles por la mañana.
«Una
de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el
presente es indefiido, que el futuro no tiene realidad sino como
esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como
recuerdo presente
(1)»,
vuelvo a citar este párrafo porque, al cerrarse, tiene una nota que
arriba omití pero que ahora transcribo:
«(1)
Russell (The
analysis of mind,
1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos
minutos, provisto de una humanidad que ‹recuerda› un pasado
ilusorio»
Hasta
este momento todo era confuso, no lograba elucidar si Memo Cuevas
existe en la realidad o es una suerte de holograma que aparace y
desaparece a conveniencia de una circunstancia que siempre está
relacionada con la música; seguía ignorando si Memo es un señor de
carne y hueso o un sueño colectivo del que participamos solo quienes
queremos pertenecer a tal cofradía de soñantes. Como pude, derroté
al insomnio, apagué el cigarro (¿el mismo que encendería cinco
días después, tras el desayuno?) y me quedé dormido.
Entre
laberintos y Cuevas
El
miércoles siguiente, durante la plática, la nota sobre Russell
cobró un inquietante sentido.
Cuando
llegué, el único dato que tenía era que las pláticas se
desarrollan en la USBI, no sabía exactamente dónde pero supuse que,
trantándose de un personaje tan celebérrimo, no representaría
ningún problema dar con él. Llegué a la biblioteca y me dirigí al
par de vigilantes que flanquean el acceso como el bifronte Jano
(cuadrifronte para Borges):
-Buenos
días, ¿saben dónde es la plática del maestro Guillermo Cuevas?
-¿De
qué trata?
-Es
una plática sobre música
-Si
es de eso, ha de ser en la Sala Tlacná
-No,
me dijo que es aquí
-Tal
vez sea en la sala audiovisual, vaya a ver allá
-¿Dónde
queda?
-Mire,
entre por ahí y pasando ese cubo, a la derecha, hay una escalera que
baja, ahí es
-Muchas
gracias
Seguí
la ruta indicada y me encontré con un par de salas audiovisuales
cerradas; adelante había una tercera que empezaba a ocuparse, me
asomé e interrumpí la divertida charla de los tres técnicos que
habitaban la cabina:
-Buenos
días, disculpen, ¿saben si aquí va a ser la plática del maestro
Guillermo Cuevas?
-¿Sobre
qué es?
-Sobre
música
-Ah,
no, si es sobre música no es aquí, tal vez sea en la Sala Carlos
Fuentes, regrese por la escalera y busque por allá (me señaló un
rumbo)
Mientras
caminaba confirmaba mi hipótesis, ¿cómo podía ser que estas
personas no hubieran, al menos, escuchado tan prestigiado nombre?
Solo podía haber una respuesta, Memo Cuevas existe solo para quienes
queremos que sea verdadero.
Me
metí en cuanto vericueto encontré, pregunté a cuanto sujeto hallé
y la respuesta fue la misma: no, aquí no es.
Desilusionado
volví sobre mis pasos y me dirigí a la primera persona a quien debí
haber preguntado, el hombre de la recepción. Al fin estaba ante
alguien informado que, de manera muy amable, me dio la instrucciones
precisas para que pudiera llegar, sin contratiempos, al anhelado
recinto:
-Mire,
suba por esa escalera, dé vuelta en «U» para pasar por este
puente, camine hasta el final y después gire hacia la izquierda, ahí
está.
¿Gire
hacia la izquierda?, ¿no será reclutador de Morena?, me preguntaba
cuando ascendía por la escalera pero ese pensamiento se difuminó
para dar paso a otro más trascendente: la biblioteca es un homenaje
de Enrique Murillo, el arquitecto que la diseñó, a Dédalo, el
constructor del laberinto de Creta; entonces cobró sentido un hecho
que no había mencionado: tras la instrucción del recepcionista, se
me acercó una mujer guapa y amable, me entregó una madeja de hilo
y, sin que se lo preguntara, me dijo su nombre: -Soy Ariadna.
(Ahorá
sé que sin ese hilo no estaría escribiendo esto, seguiría
extraviado en ese océano de hojas impresas)
¿Dónde
estará el Minotauro?, me preguntaba cuando recorría los intrincados
caminos de esa versión del paraíso de Borges con la ilusión de ver
a Dédalo y a su hijo Ícaro sobrevolar los libreros con sus alas
enceradas. Estaba en esa búsqueda cuando tuve una visión igual de
improbable pero más confortable; tras una inmensa vidriera estaba,
de espaldas, Memo Cuevas.
Era
una realidad innegable, estaba ahí, ante mis ojos pero debía
encontrar la manera de trasladarme a la parte interior de la vitrina.
Recordé las instrucciones de mi húesped, giré a la izquierda,
después a la derecha, nuevamente a la derecha y arribé, victorioso,
al umbral del salón.
La
plática ya había comenzado, aunque quise ser discreto quedé frente
al oficiante quien se vio impelido a hacer una breve pausa para
invitarme a pasar. Me acomodé en una silla y encendí la grabadora.
Hasta
entonces me enteré que esa mañana se hablaría de la novela Mozart
de camino a Praga, de Eduard Mörike.
«Nuestro
autor de estas sesiones, Eduard Mörike, nació en Ludwigsburg el 8
de septiembre de 1804 y murió en Stuttgart el 4 de junio de 1875. Es
un autor de la época que, como todos saben, corresponde al llamado
romanticismo en literatura, música y todas las artes que en Alemania
tiene una importancia muy especial, tal vez las principales ideas de
tipo estético y filosófico del romanticismo surgen en Alemania.
«Hay
muchas maneras de hacer la descripción y la ennumeración de los
hechos de la historia. A veces, bueno, no a veces, siempre tenemos
que simplificar mucho todos los hechos de la historia; la historia,
finalmente, es una gran simplificación de lo que todavía podemos
llamar la realidad, ¿qué cosa es esto?, bueno, es meterse en una
elucubración muy amplia, sobre todo cuando estamos frente a una obra
que llamamos de ficción pero, como les digo, es una ficción que
está íntimamente sacada de una biografía que suponemos que pasó.
«A
mí todas estas cosas me inquietan, por ejemplo, un escritor y
filósofo que vamos a mencionar de paso, Bertrand Russell, jugando
dentro de los aspectos de la lógica, dice: ¿Cómo sabemos que
existe el pasado?, ¿qué pruebas lógicas tenemos de su existencia?;
la memoria individual, tal vez la memoria colectiva. La memoria
individual puede ser una abstracción pero es una abstracción
individual, la colectiva se vuelve una abstracción generalizada o,
supuestamente, compartida por un grupo humano o por una nación o por
una generación o por toda la humanidad pero ¿qué pasa ante un
postulado como el que plantea Bertrand Russell que dice que este
mundo, nuestra realidad, incluimos los Estados Unidos y Europa y todo
lo que ustedes quieran, todo el jazz (esto lo dice dirigiéndose a
mí) acaba de crearse? El mundo acaba de ser creado hace cinco
minutos pero el creador ha proporcionado, a cada una de las mentes,
la memoria de una historia que ya ocurrió, y está tan bien hecha
que todos coincidimos en que Charlie Parker murió en 1955, ¿verdad
Barria?; tu memoria coincide con la mía y con la de los que vinieron
aquí a la sesiones de Julio Cortázar y El perseguidor.
«Esa
idea a mí se me hace fascinante, van a decir que es pura
especulación y que es pura literatura y que es pura ficción pero
siempre, en los más grandes escritores y filósofos, y hasta
teólogos si quieren ustedes (y por ahí Borges comparte algo de todo
esto), se da esta situación de lo difícil que es llegar a definir
en términos lógicos lo que llamamos realidad y lo que llamamos
ficción»
Atribuir
al azar la coincidencia es sobreestimarlo, estaba hablando justamente
de lo que yo había leído unas noches antes y esto tenía que tener
una relación causal. Russell y Borges aparecían en su discurso
acaso como una pista para descifrar el enigma y llegar a la
conclusión de que Memo Cuevas no existe, lo que sucede es que
morimos cada noche y reencarnamos, en nosotros mismos, al despertar y
en cada renacimiento matutino el creador nos dota de una memoria
colectiva en la que el maestro Guillermo Cuevas es una verdad
irrefutable.
La
plática fue muy extensa y los pasajes de la novela fueron ilustrados
con varios videos de la obra del genio austriaco: el primer
movimiento de una sinfonía, un par de sonatas y el final de Las
bodas de Fígaro subtitulado en español, algo que sé que
escandaliza a los puristas pero que yo agradecí inmensamente porque
de no ser así, sinceramente, la ópera me aburre (nada más no
cuenten, por favor).
Al
terminar saludé a Memo muy brevemente porque tenía un compromiso y
se me hacía tarde. Todavía flotando entre los efluvios mozartianos
y cuevanos tuve que enfrentar la cruenta realidad, el insoportable
tráfico del Circuito Presidentes.
Desde
entonces los días se suceden como siempre, maculados de rutina y
cotidianeidad, pero en las noches del insomnio vuelve la duda como
animal voraz que me circunda: ¿Existe, en realidad, Memo Cuevas o
es una aparición onírica que llega, a veces invocada, a veces
inopinadamente, a la consciencia de los cofrades de la secta de
soñantes? ¿Es una blasfemia suponer la existencia de Memo Cuevas
entre el mediodía de un viernes, cuando nos depedimos en un café, y
la mañana del miércoles siguiente cuando volví a verlo frente a mí
y lo escuché hablar como si fuera de carne y hueso?, ¿esa
suposición es tan absurda como pensar que el último cigarro que me
fumé el viernes en la noche es el mismo que encendí el miércoles
en la mañana?
No
tengo la respuesta y sigue atormentándome el final de Tlön, Uqbar,
Orbis Tertius: «... ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el
sitio de otro, del que nada sabemos con certidumbre -ni siquiera que
es falso-.»
PD:
No sé cuál de los dos escribe esta columna.
*
* *
La
sensualidad en su laberinto
Arriba
mencioné, de manera oblicua, el mito griego del Laberinto de Creta.
Dédalo,
arquitecto, artesano e inventor ateniense diseñó y construyó, por
encargo del rey Minos, el famoso laberinto.
Para
evitar que divulgara el secreto, fue apresado junto con su hijo
Ícaro. Cuando planeó la fuga pensó en el recurso más obvio y
fácil, construir un túnel pero se encontraba en una isla así que
decidió salir por el aire.
Haciendo
acopio de sus recursos imaginativos, se dio a la tarea de fabricar un
par de pares de alas con plumas de varias aves que unió con cera de
abejas.
Cuando
estuvieron listos los dispositivos, entregó uno a su hijó con la
advertencia de que no volara muy alto pues el calor del sol podía
derretir la cera.
Entusiasmado,
el vástago siguió las instrucciones pero pronto se engolosinó y
fue elevándose cada vez más alto hasta que se cumplió la
predicción de su padre, la cera se derritió, las alas se
deshicieron, el imprudente cayó al mar y se ahogó.
El
accidente ocurrió cerca de una pequeña isla que, en memoria del
caído, Dédalo nombró Icaria.
Tengo
una amiga muy guapa y sensual (cuyo nombre omito para ahorrarle el
acoso multitudinario) que hace algún tiempo publicó una foto en
Facebook en la que se ve especialmente seductora. Ante tan
inquietante visión, no pude sino escribir un soneto.
Al
lado de tu alada cabellera
solo
se puede ser un ser alado
mas
no un vulgar Pegaso disfrazado
sino
el real vencedor de la Quimera.
En
tu cuerpo de eterna primavera
su
laberinto, Dédalo, ha trazado.
Solo
una llave abre ese candado:
la
urdimbre de los sueños con la cera.
Pero
Ícaro, joven e imprudente,
desatendió
las reglas de tu juego
y
fue tras tu fulgor, voló impaciente
a
conquistar el paraíso nuevo.
Habrá
de sucumbir eternamente
consumido
en las llamas de tu fuego.
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