A medio siglo del Halconazo, la violencia del Estado sigue en pie
El 10 de junio de 1971, decenas de jóvenes fueron asesinados por un grupo paramilitar al servicio del Estado mexicano mientras marchaban en las calles de la Ciudad de México. Aquel día, conocido como el “Jueves de Corpus” o “Halconazo”, quedó grabado en la historia como una de las expresiones más crudas de la represión contra la protesta social. Han pasado más de 50 años desde entonces, y aunque el tiempo ha transcurrido, la estructura de impunidad y violencia institucional que permitió aquella masacre permanece prácticamente intacta.
Crónica de una represión planeada
La marcha estudiantil de ese jueves buscaba apoyar las demandas de los alumnos de Monterrey, quienes enfrentaban represión por parte del gobierno estatal. Pero no llegaron lejos. A pocas cuadras de su punto de partida, fueron interceptados por un grupo de choque: “Los Halcones”, jóvenes entrenados por militares, armados con palos, tubos y armas de fuego. A plena luz del día, ante la pasividad cómplice de las fuerzas del orden, comenzó una cacería humana. La cifra exacta de muertos sigue sin conocerse: algunas estimaciones hablan de más de 100. Ningún responsable ha sido castigado.
Lejos de tratarse de un hecho aislado, el Halconazo fue parte de una estrategia sistemática de represión que el Estado mexicano desplegó desde 1968 contra los movimientos sociales. La llamada “Guerra Sucia” no fue otra cosa que una guerra contra su propio pueblo: persecuciones, tortura, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales que durante décadas fueron negadas o minimizadas por los gobiernos en turno.
Impunidad como política de Estado
El aparato judicial ha sido incapaz –o más bien ha sido cómplice– de esclarecer los hechos. La Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado, creada en 2001, fue desmantelada sin haber logrado condenar a un solo alto funcionario. Luis Echeverría, presidente en 1971, fue exonerado. Los archivos siguen incompletos. Las víctimas, sin justicia.
Pero la impunidad del Halconazo no es un vestigio del pasado: es una constante que atraviesa las estructuras del poder en México. La misma lógica de encubrimiento, criminalización y uso desmedido de la fuerza se repite en Ayotzinapa, Tlatlaya, Nochixtlán, Acteal, San Fernando, y en cada feminicidio o desaparición forzada que queda sin respuesta. La violencia de Estado no se ha detenido; solo ha adoptado nuevas formas, más sofisticadas y, muchas veces, más invisibles.
La violencia se transforma, pero no se detiene
Hoy, la violencia estatal se expresa mediante cuerpos policiales militarizados, estrategias de vigilancia, infiltración de movimientos sociales, y una guerra mal llamada contra el narcotráfico que ha dejado más de 400 mil muertos y desaparecidos en dos décadas. Las protestas son reprimidas con balas de goma, gases lacrimógenos, detenciones arbitrarias. Los defensores del territorio, periodistas y activistas ambientales son perseguidos y asesinados. El mensaje es el mismo que hace medio siglo: protestar tiene un precio.
Las víctimas de hoy no son solo estudiantes. Son madres buscadoras, pueblos indígenas, campesinos que se oponen a megaproyectos, trabajadores que exigen condiciones dignas, personas que ejercen el derecho a disentir. La violencia estructural no distingue edad, género ni geografía: se infiltra en cada rincón donde el poder percibe una amenaza.
Memoria como resistencia
Recordar el Halconazo no es vivir atrapados en el pasado, es un acto de resistencia. Es la exigencia de justicia pendiente. Es la denuncia de un sistema que sigue negando el derecho a la verdad y la reparación. Es la constatación de que el Estado mexicano no ha roto con su pasado autoritario, sino que lo ha institucionalizado en formas más pulidas, pero igual de letales.
La memoria colectiva debe convertirse en motor de acción. Porque mientras la impunidad prevalezca, la violencia se repetirá. A medio siglo del Halconazo, la consigna sigue vigente: ni perdón, ni olvido. Justicia y verdad, ahora.
Comentarios
Publicar un comentario
Gracias por tu comentario. Seguimos en conexión.